A veces la vida tiene casualidades curiosas. Está llena de simbolismo, de “sacramentos”. La semana pasada, por culpa de unos fuertes dolores de cabeza, tuve que acudir al médico. Este descubrió que los dolores podían deberse a unos tapones que tenía en los oídos. Curiosamente no me dolían los oídos, ni notaba que hubiera perdido capacidad de audición, pero acudí al otorrino.
Tres días después los extrajo y fue entonces cuando me di cuenta de que efectivamente había perdido oído, y que a partir de ese momento percibía matices auditivos que antes no distinguía. Me sorprendió que incluso a mí mismo me oía de modo diferente.
A la mañana siguiente, al celebrar la Eucaristía y escuchar el Evangelio, me topé con el episodio de la curación del sordo (Mc 7, 31-37), que inevitablemente me hizo sonreír y recordar la tarde anterior.
Me hizo pensar que quizá también, en mi vida interior, podía tener algunos “tapones” que necesitaba limpiar. Al comenzar esta Cuaresma me he propuesto “despejar” bien mis oídos, para poder escuchar bien mi voz interior, la voz de los que necesitan de mí, y para sintonizar bien con Dios y su Palabra. Quizá mi metodología te pueda servir también para tus “oídos”.
Lo primero de todo es reconocer la existencia de esos “tapones”, la pérdida de “audición”. Es posible que uno no lo perciba y viva tranquilamente sin darse cuenta, o que solamente tenga una idea vaga de lo que le está pasando (mis dolores de cabeza).
Para llegar a un “diagnóstico” certero hacen falta dos actitudes; la voluntad de querer mirarse a uno mismo, sin miedo a encontrar “impurezas” o “suciedades” que no le agraden. Sin esa voluntad, puede acostumbrarse a oír cada vez menos, y “pactar” con esa situación (así dicen que no hay peor sordo que el que no quiere oír…).
Y necesita dejarse mirar y reconocer por otro que, desde fuera, pueda ayudarle en ese “diagnóstico”. No es fácil encontrar ese “otorrino” particular, y una ayuda así no se improvisa de un día para otro. Será alguien de confianza, un amigo “del alma”, que le conozca bien por dentro, que quiera ayudarle y no tenga reparo en decirle cuáles son los tapones que detecta en sus “oídos”.
Tapones que pueden ir desde la autosuficiencia o la soberbia hasta la envidia o el egoísmo, pasando por la mediocridad, la dejadez, la falta de compasión o la indiferencia. Si tienes cerca alguna persona así, pídele que te ayude. Si no, vendría bien que la fueras buscando…
En todo ese proceso, para un cristiano no puede faltar la apertura para ponerse confiadamente en las manos del “otorrino” por excelencia: el Espíritu.
Tres días después los extrajo y fue entonces cuando me di cuenta de que efectivamente había perdido oído, y que a partir de ese momento percibía matices auditivos que antes no distinguía. Me sorprendió que incluso a mí mismo me oía de modo diferente.
A la mañana siguiente, al celebrar la Eucaristía y escuchar el Evangelio, me topé con el episodio de la curación del sordo (Mc 7, 31-37), que inevitablemente me hizo sonreír y recordar la tarde anterior.
Me hizo pensar que quizá también, en mi vida interior, podía tener algunos “tapones” que necesitaba limpiar. Al comenzar esta Cuaresma me he propuesto “despejar” bien mis oídos, para poder escuchar bien mi voz interior, la voz de los que necesitan de mí, y para sintonizar bien con Dios y su Palabra. Quizá mi metodología te pueda servir también para tus “oídos”.
Lo primero de todo es reconocer la existencia de esos “tapones”, la pérdida de “audición”. Es posible que uno no lo perciba y viva tranquilamente sin darse cuenta, o que solamente tenga una idea vaga de lo que le está pasando (mis dolores de cabeza).
Para llegar a un “diagnóstico” certero hacen falta dos actitudes; la voluntad de querer mirarse a uno mismo, sin miedo a encontrar “impurezas” o “suciedades” que no le agraden. Sin esa voluntad, puede acostumbrarse a oír cada vez menos, y “pactar” con esa situación (así dicen que no hay peor sordo que el que no quiere oír…).
Y necesita dejarse mirar y reconocer por otro que, desde fuera, pueda ayudarle en ese “diagnóstico”. No es fácil encontrar ese “otorrino” particular, y una ayuda así no se improvisa de un día para otro. Será alguien de confianza, un amigo “del alma”, que le conozca bien por dentro, que quiera ayudarle y no tenga reparo en decirle cuáles son los tapones que detecta en sus “oídos”.
Tapones que pueden ir desde la autosuficiencia o la soberbia hasta la envidia o el egoísmo, pasando por la mediocridad, la dejadez, la falta de compasión o la indiferencia. Si tienes cerca alguna persona así, pídele que te ayude. Si no, vendría bien que la fueras buscando…
En todo ese proceso, para un cristiano no puede faltar la apertura para ponerse confiadamente en las manos del “otorrino” por excelencia: el Espíritu.
No basta con quedarse en un mero análisis psicológico o moralizante de aquello que me impide escuchar. Es necesario hacerlo desde la oración, disponer el corazón para la escucha, pedir al Espíritu que obre en nuestros “oídos taponados”, reconocer que sin su ayuda nunca llegaremos a escuchar la Palabra y dejarnos transformar por ella.
En sentido bíblico, para escuchar la voz del Señor es preciso no endurecer el corazón. Y quien ablanda y transforma los corazones es el Espíritu. Él es el gran maestro de nuestra particular “otorrinolaringología”. Él es quien te conducirá a celebrar el sacramento que puede sanarte y renovarte: la Reconciliación.
Será el signo que reconozca tu apertura sincera a la acción “curativa” de Dios, y te conceda la gracia para seguir viviéndola.
Al terminar la consulta, le pregunté si había alguna manera de evitar los tapones. Me dijo que no era recomendable una limpieza excesiva en los oídos, sino una higiene normal (como en la vida espiritual: el excesivo afán de “limpieza” lleva a “escrúpulos” enfermizos).
Así que tendré que ir más veces a que me limpien los oídos. Como en la vida misma: aunque “limpiemos” una vez nuestros “oídos”, volveremos con el tiempo a taponarlos. Por eso hay que estar atentos, vigilantes, y hacernos “revisiones” frecuentes.
Este tiempo de Cuaresma puede ser una ocasión perfecta para dejar que el Señor con su “effatá” (Mc 7, 34) nos libere de nuestros “tapones”, y abra nuestros oídos para escuchar nítidamente su voz y la de aquellos que nos necesitan. Guzmán Pérez.
En sentido bíblico, para escuchar la voz del Señor es preciso no endurecer el corazón. Y quien ablanda y transforma los corazones es el Espíritu. Él es el gran maestro de nuestra particular “otorrinolaringología”. Él es quien te conducirá a celebrar el sacramento que puede sanarte y renovarte: la Reconciliación.
Será el signo que reconozca tu apertura sincera a la acción “curativa” de Dios, y te conceda la gracia para seguir viviéndola.
Al terminar la consulta, le pregunté si había alguna manera de evitar los tapones. Me dijo que no era recomendable una limpieza excesiva en los oídos, sino una higiene normal (como en la vida espiritual: el excesivo afán de “limpieza” lleva a “escrúpulos” enfermizos).
Así que tendré que ir más veces a que me limpien los oídos. Como en la vida misma: aunque “limpiemos” una vez nuestros “oídos”, volveremos con el tiempo a taponarlos. Por eso hay que estar atentos, vigilantes, y hacernos “revisiones” frecuentes.
Este tiempo de Cuaresma puede ser una ocasión perfecta para dejar que el Señor con su “effatá” (Mc 7, 34) nos libere de nuestros “tapones”, y abra nuestros oídos para escuchar nítidamente su voz y la de aquellos que nos necesitan. Guzmán Pérez.